El Sol empezaba a declinar sobre la bahía y las lentes del faro destilaban destellos de ámbar y escarlata sobre el mar. La brisa era ahora más fresca y el cielo se teñía de azul claro, surcado por algunas nubes que viajaban perdidas como zepelines de algodón blanco. Ella yacía ligeramente apoyada contra el hombro de él, en silencio.
El muchacho dejó que uno de sus brazo la rodease lentamente. Ella alzó los ojos. Sus labios estaban entreabiertos y temblaban imperceptiblemente. Él sintió un cosquilleo en el estómago y escuchó un extraño repiqueteo en sus oídos. Era su propio corazón, martilleando a toda velocidad. Paulatinamente los labios de ambos se aproximaron tímidamente. Ella cerró los ojos. Ahora o nunca, parecía susurrar una voz dentro de él. El muchacho optó por la opción ahora y dejó que su boca acariciase la de la chica. Los siguientes diez segundos duraron diez años.
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